Tema 3, practica 2
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abía en una ocasión un patito de
plumas blancas, blanquísimas. Cualquiera que lo hubiera visto de lejos lo
hubiera confundido con un pequeño cisne por la apostura del color. Pero al
hablar y sobre todo, al volar, no hubiera tenido duda de que era un pato… o una
oca.
En otros tiempos las ocas eran
animales importantes. Para los romanos eran como perros: guardaban las casas y
si venía algún extraño, escandalizaban tanto o más que un perro y nadie podía
obviarlas a la hora de robar. De hecho, la pata de una oca ha sido durante
muchos siglos la señal de aviso de que hay algo que tener en cuenta o un tesoro
escondido. Y la y griega, un sustituto de dicha señal Patosa.
Mientras el ánade se
sumergía en semejantes elucubraciones, paseaban por los alrededores otros dos
ejemplares de su misma especie. Jóvenes, como él, de igual apostura. Un macho y
una hembra. Como todos los patos de aquel estanque, al llegar a esa zona donde
las aguas son más espesas y tenebrosas, daban un rodeo. Demasiada oscuridad en
el fondo. No les agradaba tanto misterio. Y miraron estupefactos a aquel osado
joven que se había adentrado hasta aquellos lares para hacer… ¿qué? Se quedaron
un rato mirando, presos de su ignorancia y de su estupefacción. Incluso lo
criticaron positiva y negativamente porque el patito, al no constatar su
presencia, ni los había saludado y menos había salido del lugar. A saber el por
qué.
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